EL BÚHO, MATAR...PLACER DE LOS DIOSES

Capítulo 9

Mientras Talibah meditaba encerrada en su habitación, Imanol buscó refugio en su laboratorio. Allí siempre encontraba la serenidad y el equilibrio que lo volvía a su eje.
La historia de Corinne lo había conmocionado. No concebía la violencia ejercida contra la persona amada.
"Maté y violé a esos insectos, niños mal vivientes sin una meta en la vida. Eso no tiene relevancia alguna, al contrario, mis actos están justificados", reflexionó. "Lo hice por el avance de la ciencia y claro está, no voy a mentirme, por placer personal", se rió. Luego de encender la lámpara de gas ubicada sobre la mesa del instrumental quirúrgico, se sentó en uno de los cuatro sillones tapizados en cuero negro que Talibah distribuyó en el lugar para su comodidad. Antes, buscó en el bargueño estilo inglés una copa y una botella de brandy.
Al tiempo que la bebida calentaba su garganta, los pensamientos seguían su curso.
"Pero lejos de mí maltratar al dueño de mi corazón. Bueno, Octavio se merecía que lo matara", se refería al sobrino del Obispo de la iglesia de La Santa Cruz, "¡miserable codicioso! Prefirió la seguridad que le ofrecía ser el sobrino de un hombre poderoso a vivir una pasión fogosa a mi lado. Yo estuve dispuesto a abandonarlo todo por él y él, gusano egoísta..."
El recuerdo lo exaltó. Apuró de un trago el brandy que tenía en la copa y se sirvió más. Sonrió con amargura al recordar las convulsiones de su amante luego de beber el potente veneno.
"Realmente no hay mal que por bien no venga. Gracias a ese tropiezo huí a París y allí conocí al único amor de mi vida, Jean. Él nunca me defraudó, me amó sin medida, sin condiciones, sin esperar nada a cambio...Jean", suspiró reprimiendo el llanto.
"Como puede ser que yo, el Búho, llore por amor. Yo, que sin asco mato y me regodeo en el dolor ajeno; yo, que me deleito derramando sangre y que me río de las súplicas y lamentos; como puede ser que llore por un amor perdido en las brumas de un pasado feliz", angustiado desechó la copa y comenzó a beber de la botella. Debía ahogar su pena en alcohol. Pero el alcohol no bastaba, debía drogarse, perderse en un mundo irreal.
Tambaleándose por los efectos del brandy, caminó hacia un retrato de su padre colgado en unas de las paredes. El lo había puesto allí para que le recordara el origen de su maldad. Su estricto y desamorado padre lo había convertido en el monstruo que era. Él, Imanol Pacheco del Prado era la obra de arte de su amantísimo padre, el gran marqués de Nájera.
Retiró el cuadro y lo apoyó sobre el piso. Detrás del cuadro, una caja fuerte. Al abrirla revolvió con ansiedad su contenido : documentos, dinero, joyas...hasta que por fin lo halló.
Se sentó nuevamente en uno de los sillones. En sus manos temblorosas, un pequeño cofre de madera. Concienzudamente armó un cigarrillo con opio y hachís. A medida que lo fumaba lo embargó un estado de éxtasis sereno. Ya no sufría, disfrutaba. Poco a poco fue adormeciéndose. Al terminar el cigarrillo se tiró en el suelo sobre una mullida alfombra y allí durmió, sin soñar, hasta el amanecer.
Se despertó sobresaltado; al principio, amodorrado sin saber donde se encontraba; luego, más consciente, se paró con dificultad apoyándose en la tabla de la mesa destinada a las disecciones.
Imanol se llevó una mano a la cabeza y se la frotó con rudeza, necesitaba despejarse para planificar el secuestro de Bravo Murillo, el jurista que se atrevió a burlarse de su homosexualidad frente a testigos que celebraron su estúpida ocurrencia.
Necesitaría la ayuda de Manuel, el protegido de Talibah. Debía vigilar a Bravo Murillo, saber los lugares que frecuentaba, los horarios, conocer sus compañías...¡todo!
Manuel, a pesar de su físico enorme, se las ingeniaba para permanecer desapercibido. Desde muy niño, debido a la joroba por la que era centro de burlas, desarrolló la virtud de hacerse invisible.
"¡Sí, él me será sumamente útil!", se felicitó por su elección. Decidió que esa misma mañana, luego del desayuno hablaría con él.
Luego de un baño con agua tibia en sus aposentos, Imanol detestaba el contacto del agua caliente en su piel, bajó de buen humor al comedor. La mesa ya estaba servida. Café y una gran variedad de delicatessen, le abrieron el apetito.
Talibah, siempre atenta a las necesidades de Imanol, lo observaba complacida.
_ ¿Y las uvas? No las veo _ se quejó el marqués aunque de buen talante. Las uvas, su fruta predilecta, nunca podían faltar en sus comidas.
_ Aquí están, aquí están _ se apresuró a responder Talibah. Una de las doncellas entró apurada al comedor llevando una fuente rebosante de racimos de uvas negras.  _ Toma y disfrútalas _ lo apremió la egipcia con una sonrisa radiante.
_ ¡Pero no las han lavado! _ protestó al notar un polvillo sobre la fruta. Taliba previendo la reacción de Imanol ya había preparado un argumento para engañarlo. Esa mañana, muy temprano, antes de que la servidumbre comenzara con sus labores en la cocina, Talibah escogió las mejores uvas, las más apetecibles, y las espolvoreó con "las cenizas sagradas", aquellas que debía ingerir Imanol para purificar su alma oscura.
_ ¡Que dices! Déjame ver _ Talibah se acercó a la fuente _ No están sucias, es "loto" triturado, un condimento que en mi tierra se utiliza para realzar el sabor de las frutas. Pruébalo, verás que las sientes más dulces que de costumbre.
Imanol la miró desconfiado, pero igualmente las probó.
_ ¡Humm!, es verdad, su dulzor está acentuado. ¡Deliciosas en verdad!_ ante la aceptación del hombre Talibah respiró aliviada. "El poder de la sugestión", reflexionó satisfecha. Más tarde le añadiría "ceniza sagrada" en el café, y todas las noches hasta notar algún cambio en su conducta, en el té de valeriana que ingería antes de dormir.
Al concluir el desayuno, Imanol dio un paseo hasta las caballerizas. Se abrigó con una chaqueta de lana, si bien el día se presentó soleado, la tibieza del sol no lo protegía de las temperaturas frescas del mes de abril.
Encontró a Manuel cepillando a uno de los caballos. Con eficientes movimientos circulares eliminaba los restos de barro que manchaban el lomo del moro. Imanol le tocó la espalda para llamar su atención, tan compenetrado estaba el muchacho en su tarea que no se dio cuenta de la llegada de su patrón.
Manuel soltó el cepillo y de un salto se dio vuelta buscando al insensato que se atrevió a tocarlo. El ceño fruncido, los ojos echando chispas. Ver a Imanol fue para él como un baldazo de agua helada. Jamás se atrevería a agredir a su queridísimo marqués. Manuel lo idolatraba; creció siendo testigo del amor que le profesaba Talibah y él lejos de sentir celos, experimentó hacia Imanol el mismo cariño de su madre adoptiva.
Imanol jamás se burló de la joroba de Manuel, todo lo contrario, siempre trató de mejorar su calidad de vida formulando cremas que Talibah le pasaba sobre la malformación para evitar escoriaciones o llagas molestas. Y, lo más importante para Manuel, Imanol nunca se olvidaba de su cumpleaños; en realidad la fecha la eligió Talibah porque él no la sabía como tampoco conocía a sus verdaderos padres. Hasta el día que lo encontró Talibah vivió en el abandono, siendo repudiado por aquellos que lo amparaban buscando un beneficio propio. Así Manuel conoció el hambre, el maltrato, el trabajo duro siendo muy pequeño y hasta la prostitución, ya que esos desalmados lo vendían al mejor postor por una hora de placer. Algunos pagaban hasta una moneda de oro por tener relaciones sexuales con un monstruo.
_ ¡Eh! Tranquilo que soy yo, Ogro _ Imanol se le acercó confiado y con un afecto inusual en él le palmeó la espalda. Manuel sólo al marqués le permitía que le tocara la espalda ya que quienquiera que se atreviera a hacerlo terminaba inconsciente y hasta muerto. Lo mismo sucedía con el uso de su apelativo, sólo Imanol podía llamarlo "Ogro", sólo él. Talibah odiaba que la gente del pueblo lo hubiese bautizado con ese mote denigrante, aunque nunca se opuso a que Imanol lo utilizara, sabía que no lo hacía como burla.
_ ¡Perdón su Excelencia!, pensé que... _ Manuel se ruborizó por su tremendo error. Imanol se asombró que semejante hombre fuera capaz de avergonzarse.
_ Está bien, está bien, no te preocupes. Quiero encomendarte una misión, una misión muy importante y por supuesto está demás pedirte que no lo comentes con Talibah. Ella no debe enterarse, se preocuparía, ¿sabes? _ Imanol no quería que la mujer interfiriera en sus planes, más tarde, cuando todo estuviera consumado se lo diría.
_ No, no , no le diré nada. Mi boca permanecerá cerrada, mi marqués _ le prometió entusiasmado por la confianza que le demostraba Imanol.
_ Así me gusta. Esta noche, después de la cena y cuando Talibah se haya retirado a su habitación, te espero en mi laboratorio, ¿de acuerdo? _ lo miró fijamente levantando la ceja izquierda, gesto que siempre hacía cuando interrogaba constatando el pleno entendimiento del otro.
_ Allí mismo estaré su Excelencia _ respondió serio y rotundo.
La cena transcurrió en calma. Talibah, como era su costumbre, permaneció parada a un lado del salón comedor atenta a que nada faltara. Cientos de veces Imanol le insistió para que compartiera la mesa con él, pero ella siempre se negó. Estaba para atenderlo y complacerlo hasta en lo más mínimo, se lo había prometido a su madre y así lo haría hasta su propia muerte.
La comida estuvo excelente: pato relleno aderezado con salsa de almendras, una nutrida variedad de verduras y hortalizas, y de postre, una tarta de manzana con nata.
Al concluir la cena, Imanol, sin tomar su habitual café le dio las buenas noches a Talibah y ordenó que nadie lo molestara hasta la mañana siguiente. Esa noche leería en su laboratorio hasta bien entrada la madrugada.
Talibah sin sospechar algo extraño en la actitud del marqués se dedicó a supervisar a los sirvientes mientras limpiaban y acomodaban el lugar. Luego, decepcionada por no poder agregar las"cenizas sagradas" al café de Imanol, decidió acostarse. Ese día había sido muy intenso y sus huesos reclamaban descanso. Se quedó dormida ni bien apoyó la cabeza sobre la almohada.
Embozado en una capa negra y pasando desapercibido entre las sombras de la noche, Manuel llegó agitado al laboratorio. Allí lo esperaba Imanol fumando un cigarrillo de hachís, necesitaba relajarse.
_ Aquí estoy su Excelencia, para lo que guste mandar _ le dijo sacándose el enorme sombrero de fieltro negro y ala ancha.
_ Siéntate y escucha atentamente _ Imanol le sirvió un brandy que Manuel aceptó gustoso _ Mañana por la tarde vendrá a visitarme un hombre, Bravo Bustillo. Quiero que tú lo recibas y memorices su aspecto, ¿podrás hacerlo? _ le preguntó el marqués al mismo tiempo que arrojaba bocanadas de humo sobre el rostro de Manuel.
_ Claro, claro _ respondió tosiendo.
_ Perfecto. Cuando don Bravo Bustillo regrese a su casa, quiero que lo sigas con mucho cuidado y sigilo. Nunca debe verte, ¿has entendido? ¡Nunca! _ le remarcó.
_ Si, si, entiendo su Excelencia _ Manuel lejos de estar asustado por la misión que se le encomendaba, lo estaba disfrutando. El peligro lo excitaba.
_ A partir de ese momento serás su sombra. Lo seguirás a todas partes. Donde el vaya, tú irás. Luego, me describirás con lujo de detalles todos sus movimientos: los lugares que frecuenta, sus compañías...Además averiguarás como está compuesta su familia. Todo lo harás de manera solapada, por supuesto. ¿Puedo confiar en ti? Esto es muy importante _ le repitió mirándolo fijamente.
_ Confíe en mí su Excelencia. No lo defraudaré.







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